viernes, 8 de mayo de 2015

Una aventura a lo desconocido

Se reunieron e idearon un plan. Discutieron la situación, meditaron los pros y los contras. Todo lo que podía salir mal, pero el gran beneficio que obtendrían si lograban su cometido. Uno no estaba muy convencido, tenía miedo; el otro lo convenció con argumentos sólidos. Parecía muy complicado y difícil de ejecutar, pero no podían dejar pasar la oportunidad.

Suena como a una película de acción, pero así es como yo me imagino que Javier y Matías vivieron su primera travesura planeada.  Los puedo ver en mi mente como si fueran Liam Neeson y Jason Steadman planeando una travesía a lo desconocido, a un lugar en donde tendrían que pasar muchos obstáculos, pensar bien sus movimientos y avanzar con precaución. Un viaje que harían ellos solos por primera vez: bajarían las escaleras mientras Andrés y yo dormíamos y se comerían todos los confites que tengo guardados en la refri.

Así fue como en realidad sucedió.

Como todos los sábados, mis hijos piensan que  es un día normal de la semana y se levantan a las seis de la mañana para ir al kínder, aunque se los repita todos los viernes en la noche que el día siguiente es sábado y podemos dormir un rato más, ellos deciden ignorarme y madrugar de todas formas. Yo creí que ya habíamos llegado a esa edad en la que ellos se pueden entretener solitos un rato mientras nosotros dormimos un poco más, hasta el momento no habíamos tenido ningún inconveniente. Se despertaban, les prendía el televisor de su cuarto, ellos se quedaban tranquilos y nosotros disfrutábamos de una hora más de sueño.  

Un sábado hace poco, Javier tuvo lo que él consideró una idea genial, algo que nunca habían hecho. Y se lo dijo a su hermano, (de nuevo, así es como yo recreé toda la escena con lo que ellos después me contaron).

-         -   Tías, vamos abajo a comernos los confites de la refri!! Papi y mami están dormidos.

Matías al principio no quería, no estaba muy convencido.

-          - No Yayi, mejor no. Después mami nos regaña y no hay más tele.

Cuando me contaron esto, supe quién va a ser el de las ideas y quién el que las va a pensar dos veces.

Igual no duró mucho y Javi lo convenció con dos palabras: muchos confites!

Y bueno, lo planearon y lo hicieron. Javier quitó la baranda, bajaron de puntillas las escaleras, saludaron a Bali, la perrita, para que no ladrara, se metieron en la cocina y se comieron una infinidad de confites a las siete de la mañana. Me los puedo imaginar sentados una hora en el piso de la cocina, con la puerta del refrigerador abierta todo este tiempo, pelando confites, chorreando babas de dulce, chupando popis, ¡hasta el maní de las piñatas se comieron! Por lo menos tuvieron la decencia de botar todo al basurero.

¿Y cómo me enteré yo de todo esto? Ellos solitos se echaron al agua. 

Cuando me desperté y bajamos a la cocina para desayunar, ellos venían muertos de la risa. Esa risa de cómplices que hacen y no aguantaron la emoción de contarme lo que para ellos fue toda una aventura. Tomaron solos una decisión e hicieron un viaje al piso de abajo, algo que nunca habían hecho.

Ahí empezaron a hablar casi a gritos de lo emocionados que estaban. Que bajaron de “puntitas” para que no los oyéramos, que “Tías no quería, pero yo le dije que sí, vamos vamos”. Que botaron todo a la basura para que yo no me diera cuenta. Pero de lo que más orgullosos se sentían es que lo hicieron solos.

-         -  Vinimos solos mami, Yayi y yo bajamos solos hasta la cocina.

Yo no sabía ni que hacer, no podía para de reírme al verlos a ellos tan felices y emocionados. Pare un segundo a pensar si debía regañarlos por comerse todos esos confites sin preguntar y hacerlo  tan temprano en la mañana. ¿Estuvo bien lo que hicieron? ¿Qué les digo? Y como a una nadie le enseña a ser madre y se va aprendiendo sobre la marcha, decidí que esta es una ocasión para reírse y no para regañar.


Andrés bajó a la cocina a ver qué era todo ese ruido y los gemelos volvieron a narrarle su travesía hacia los confites, con la misma emoción en la cara; terminamos ese sábado en la mañana los cuatros sentados en la cocina muertos de la risa escuchando una y otra vez lo que para ellos ha sido, hasta ahora, su gran aventura. 
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viernes, 10 de abril de 2015

Historia de una urgencia inoportuna

Esta es la historia de una cagada. No es sobre una regañada muy fuerte, ni tampoco cuando algo se arruinó. Es literalmente, sobre una ida al baño. No mía, por supuesto, sino de mis hijos, que convierten un momento incómodo en un baño público en una historia digna de contar.

Estábamos los cuatro haciendo compras en Wal-Mart, ellos aprovechan cuando estamos en la sección de los vegetales, la que queda al otro extremo de los baños en el gigantesco supermercado, para anunciar la urgencia de sus necesidades básicas. Siempre lo hacen, yo creo que es porque les gusta que nos pongamos  a correr como locos por los pasillos, empujando a la gente y esquivando los carritos para llegar al baño antes de que se hagan en medio de la sección de galletas.

Pues llegamos al baño, estaba lleno de señoras, esperamos impacientes nuestro turno y nos metimos los tres en uno solo. Como ya no aguantaban, orinaron los dos al mismo tiempo, esto es siempre una mala idea, pero ante la urgencia no queda otra opción… Los hombres, vivo con tres y no los logro entender todavía,  tienen una fascinación extraña con su pene, y me di cuenta que empieza casi desde que nacen. Es su juguete favorito, por lo tanto, a los gemelos les pareció muy divertido hacer como si fueran pistolas y “dispararse” los orines, me tuve que quitar de en medio para no terminar yo también toda orinada. ¡Los hombres y sus cosas raras!

A todo esto, nadie de afuera se había dado cuenta, hasta que Javier y su hermoso, pero alto tono de voz me dijo:

-          - Maaaami, caaaaca!!! – gritó con cara de pánico.  
-          - Diay, siéntese y hace – le respondí

Y aquí empezó la odisea del día. Les voy a contar tal y como sucedió, con los diálogos y expresiones incluidas.

Javier decidió narrar su cagada… si, y a grito pelado y con los detalles.
-          - Maaaaaami, no me sale la caca!!

(Aquí fue donde las señoras que estaban afuera del baño se empezaron a reír)

-          - Empuje un poquito Javi – le susurré bien bajito.
-        -  No sale mami, está duuura

Gracias por compartir esa información.

Matías, como buen hermano, empezó a apoyarlo y hacerle barra. Con aplausos y gritos incluidos.

-        -  Yaaaayi, Yaaaayi, vaaamos Yayi, empuje la caca!!! - decía Matías.
-         -  Ahí viene un poquito mami, ya lo siento. Voy a seguir empujando duro.

De nuevo, gracias Javier por narrar el minuto a minuto.

Mientras Javi estaba en su tragedia, porque ya sudaba y todo. Matías se puso a filosofar.

-         -  Mami, tú no tienes pipi, verdad? Entonces como haces orines? Por donde te salen? – me dijo Mati.
-       -   Por otro huequito que tenemos las niñas, en la casa te cuento – le dije, porque las señoras de afuera del baño ya estaban estalladas de la risa.
-         -  Pero mami, por qué mejor no te pones una pipi y ya? Así más fácil.

Justo cuando ya no sabía que responder a mi hijo sobre su propuesta de que me cambiara de género, Javier alcanzó la meta y de manera muy gloriosa y orgullosa grito:

-Maaaami, ya salió! Ya salió la caca!


Matías le aplaudió, se abrazaron y finalmente salimos del baño en donde un grupo de señoras nos esperaban, con los ojos llorosos de tanto reír, para conocer a los niños que les hicieron el día. Uno con la narración explícita de su número dos y el otro con sus preguntas existenciales.
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martes, 10 de febrero de 2015

Los chicles, cosa de adultos

En estos días mi familia vivió un momento trascendental. Algo que cambió la vida de mis hijos y ahora ellos ven el mundo de manera diferente; estamos en una nueva etapa, ya crecieron, ya maduraron.

Esta semana mis gemelos aprendieron a comer chicle!



Sí, un chicle les cambió la vida a mis gemelos… Otro ejemplo de la forma sencilla con la que ellos ven el mundo.

Hace meses que están con que quieren comer chicle. “Mami, deme un ique”.

Yo consideraba que ellos no estaban para eso, seguíamos en la etapa de meterse juguetes en la boca y de atragantarse con gomitas. Así que les decía que no. Como también están en la edad de los infinitos y miles por qués, tenía que darles otras mil razones por las cuales no podían comer chicle todavía y la que más funcionó fue la más sencilla: porque todavía no pueden decir bien la palabra.

-      -  Javier y Matías, ustedes están muy pequeños para comer chicle, cuando puedan decir bien  Chiiiiiiiicleeee y dejen de decir ique, les doy uno.

Fin de la insistencia, no me volvieron a pedir.

Resulta que los gemelos todavía hablan como en chino mezclado con patuá; en ese idioma extraño que ellos se inventaron y sólo entre ellos se entienden. A veces nos hablan en un medio español. Como toda madre, soy de las pocas personas que entiende lo que quieren decir. En mi mente yo los escucho claro pero constantemente tengo que traducirles a otras personas. Además hacen mímica, como última instancia para darse a entender. Yo les repito y pronuncio bien despacio las palabras que les cuesta pronunciar y se ponen a practicar.  Se meten en su cuarto, se ponen uno frente a otro y recitan las palabras que saben, entre ellos se corrigen y también se aplauden y felicitan cuando lo hacen bien.

-       - No Javi, no se dice aramillo, se dice amarillo…
-       - Bravo Matías, aprendió coco-ilo 

Y así pasan las tardes, recitan los colores que se saben, los números y palabras random.

Pues la semana pasada estaban en su momento de práctica oral cuando los escuché repitiendo:
 - iiiiique, no así no es, es shiiiiique, no así tampoco.

Creí que la intensidad con los chicles estaba superada! Pues no, ellos habían estado intentando pronunciarlo bien y de repente Matías lo dijo, lo escuché claro desde mi cuarto: shiiicleee. Él gritó de la felicidad, Javier le aplaudió, se dieron besos, se abrazaron, rodaron por el suelo  (eso siempre lo hacen cuando algo los alegra) y salieron corriendo a mi cuarto esperando su merecido premio.

Tuvimos que salir a comprar chicles. Aunque Javier aún no lo decía bien, no le podía quitar el empeño que había puesto. Así que después de 200 colones y ver los chicles rodar por la maquinita, Matías y Javier lo lograron. Se comieron su pelota de chicle. Para ser la primera vez no nos fue tan mal, Javier lo masticó dos veces y se lo tragó y Matías lo tuvo en la boca unos dos minutos, se aburrió y lo botó pero su cara de triunfo marcó ese momento tan épico para él.

Me dijo “mami, ya soy un adulto” y claro, no podía faltar el bullying hacia su hermano que no lo logró. “Javi no, el todavía es un bebé”.

Pasaron unos días y Javier se resignó por el momento; lo intentamos unas tres veces más pero siempre se tragaba el chicle así que decidió que lo suyo son los confites. 
- “Mami, a mi me gustan los confites, que también son de adulto, los chicles no me gustan porque no se comérmelos y me los trago”.
Una solución sencilla para una situación complicada para él.

Sin hacer mucho alboroto ni escándalo, a los pocos días Javier llegó a contarme que la tita Chi le había dado un chicle y él no se lo tragó. 
- “Ahora sí que soy un adulto de verdad, mami”.

Ese momento tan normal, como comerse su primer chicle, los hizo crecer,  tanto así que decidieron saltarse unas tres etapas del crecimiento natural humano y se consideran adultos por haber alcanzado este logro que tanto empeño les costó.

Y es que así es todo en esta vida, solo que hasta ahora me voy dando cuenta y es gracias a lo que mis hijos, sin ellos saberlo, me enseñan. Los pequeños logros que alcanzamos son los que nos hacen crecer.  
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martes, 27 de enero de 2015

Mi vida con gemelos

Puedo decir que mis hijos son famosos en Facebook, bueno, por lo menos entre mis amigos y conocidos y su público aumenta cuando etiqueto a mi esposo en las fotos. Suelo compartir en mi muro los momentos en los que mi par de gemelos me parecen los más particulares, graciosos, inteligentes y geniales del mundo. Igual que cualquier mamá.

Digo que son famosos porque cualquier persona que me tope en la calle, así lleve años sin verla y no ha visto nunca a mis hijos, antes de preguntarme cómo estoy, preguntan por mis gemelos y nunca falta la frase “están divinos, los vi por Facebook”. No importa si esta persona es una amiga de mi edad o una amiga de la iglesia de mi abuelita (sí, ella también tiene Facebook, pero eso es otra historia) y sé que esa frase no se atañe solo a mis hijos y a mi problema crónico de querer contarle y mostrarle al mundo las salidas de mis hijos, ahora todos nos vemos por Facebook.

La red tiene sus buenas y sus malas; es una maravilla, ahora todos estamos conectados... Es un problema exponer la privacidad (incluidos los hijos) a los ojos de todos. Para mí, es la plataforma perfecta para mi nuevo proyecto personal.

Muchas veces me veo frente a un grupo de amigos o familiares contando la última historia, a veces me gusta decirles aventuras, de Javier y Matías; gente que muestra genuino interés por saber qué hicieron, reaccionan con risas reales, comentarios sentidos y hasta consejos.

Conforme cuento sus andanzas, las voy imaginando en mi mente como si estuviera leyendo un libro, “La vida de Javier y Matías”… no, el título no puede ser tan común, “Javier y Matías, juntos contra el mundo”…. No, tampoco tan épico… voy a pensar más adelante en un título mejor. En fin, ya que para mí es una necesidad comunicarle al mundo las aventuras de mis hijos, porqué no escribirlas?  

Hay una persona por ahí que cada vez que me ve me dice que no deje de escribir, porque la mano y la mente se atrofian a lo que yo respondo que estoy en una sequía inspiracional, carente de temas. Él me dice siempre lo mismo: escriba sobre lo que usted sabe. Pues bueno, decidí escribir sobre lo que más amo en este mundo, un par de terremotos que vinieron a hacer temblar mi vida y llenarla de emociones. Espero que cuando ellos estén un poco más grandes y de verdad me escuchen (no estamos en ese momento aún) también quieran saber sobre sus aventuras y no sé si me acordaré de todas.

Además, me parece una manera interesante de registrar cómo van cambiando, porque como mamá de gemelos es común que las personas me pregunten “y cuál es el más terrible?, cuál es más independiente, o calmado”. Lo único que puedo decir es “depende de la semana en que me lo pregunte”. Mis hijos, al igual que el resto de los seres humanos de este planeta, son seres con sentimientos y actitudes cambiantes. Una semana Javier es un osito cariñosito que me aplasta con abrazos  mientras Matías anda en un mundo aparte, diciendo que él es un adulto y no me necesita. La semana siguiente, él mismo está llorando porque quiere que duerma a su lado y le haga colochito en el pelo, esa semana Javier se revuelca en malacrianzas y me dice que salga de su cuarto.

En muchos aspectos se parecen, en otros son inmensamente distintos. A veces ellos quieren ser iguales en todo, otras, se hartan de que su hermano haga y tenga lo mismo y terminan en pleitos con llaves de lucha libre; pero para mí son tan únicos  y particulares que encontré en ellos la manera de aplacar esa sequía, tengo mil historias que contar y más por venir, así que espero que encuentren agradable y ameno mi blog. No es nada de literatura profunda ni para reflexionar, simplemente quiero seguir contando, como siempre lo he hecho (esta vez con más detalles), la maravillosa aventura que es mi vida con gemelos.  

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