viernes, 9 de septiembre de 2016

¿Cómo criar gemelos y no morir en el intento?

Fue un 9 de setiembre de hace seis años, cuando mi vida cambió por completo. Después de pasar horas llorando en el baño, salí a anunciar que estaba embarazada. A pesar de ser una gran sorpresa, todos se lo tomaron con calma.

Fuimos al doctor y luego de un ultrasonido lo confirmó.

-         -  Felicidades, tiene un bebé sano creciendo dentro de usted.

Uno! En ese momento estaba asustada por tener un bebé, me hubiera encantado estar frente  a un espejo para verme la cara de atónita o que alguien me estuviera filmando cuatro meses después, cuando la doctora, luego de un detallado ultrasonido en el que solo decía “no puedo creerlo, cómo no vi esto antes, en dónde estaba metido”, me informó que habían dos.

-          - ¿Dos qué?, pregunte como tonta
-          -  Pues dos bebés! ¿Qué más?

Felicidades! Van a tener gemelos, varones los dos, vayan con Dios.

Y vino de nuevo el llanto desenfrenado, moquiento, el que hace que una haga bien feo. Lloraba del miedo, de la preocupación, por mi inutilidad, de nuevo por el miedo y vi toda mi vida en un segundo. Vi dobles cajas de pañales a la semana, miles de chupones, doble coche, doble ropa, dobles pares de zapatos, hasta doble universidad, todo al mismo tiempo.

Luego vino la semana del shock, así me gusta decirle porque en realidad así pasó. Una semana en la que yo no me lo creía, la gente me hablaba y me felicitada y yo solo asentía y medio sonreía. No hablaba, no salía de mi estado de ¿Oh por Dios y ahora qué voy a hacer?

Ahora puedo decir que me estaba ahogando en un vaso de agua; no estaba sola, siempre tuve a Andrés conmigo, que siendo él gemelo me ayudó a entender lo maravilloso que iba a ser nuestra vida. Estaban mis papás, mis suegros, cuñados y más personas para apoyarnos, en fin, sobrevivimos y hoy puedo escribir las historias que tantas veces he contado cuando me preguntan, ¿Cómo hizo con gemelos?
Siempre he dicho que el día más feliz de mi vida no fue cuando ellos nacieron (no piensen mal de mí, ya les cuento). Javier nació con complicaciones respiratorias y estuvo internado en cuidados intensivos, con muchos cables conectados y Matías nació muy pequeñito, estuvo en incubadora por dos semanas, así que no tengo un día favorito, sino dos, los días en los que a cada uno le dieron la salida del hospital y pudimos llevarlos a casa. Primero llegó Javier quien estuvo solo y desubicado, sin su hermano a la par. Luego llegó Matías, los pusimos juntos y ellos no dejaban de tocarse la carita. No se han separado desde entonces.

El primer mes pasó, no dormimos una sola noche, comían en turnos separados, había que cambiar demasiados pañales, pero una vez más, sobrevivimos; pero cuando a mami se le acabaron las vacaciones y dejó de estar en mi casa todo el día ayudándome y Andrés regresó también a trabajar, me vi frente a estos dos diminutos bebés, ellos viéndome con esa expresión de “hola, sos responsable de nosotros, tenés que cuidarnos y hacer que crezcamos fuertes y sanos, suerte!”.

Poco a poco aprendí que las mamás tenemos que buscar la forma de ser creativas e ingeniosas. Al principio me daba contra las paredes de la frustración pero me di cuenta que en lugar de enredarme sola y complicarme, tenía que hacer mi vida más sencilla, cuidar un bebé no debe de ser muy distinto de cuidar dos...

Así que para que ninguno se me quedara sin comer (pasó un día en el que Javier comió dos veces seguidas porque yo me confundí y creí que la segunda vez le estaba dando de comer a Matías), hice una pizarra en donde iba apuntado la hora en la que cada uno comía. Felices y llenos los dos.

Ya un poco más grandes, pero aún sin poder sostener su chupón, les acomodaba las almohadas para que estas lo sostuvieran, así  mientras uno comía, yo tenía las manos libres para hacer otras tareas, como cambiar más pañales.
Cuando empezaron a caminar y tenía que perseguirlos, por cierto nunca había estado en mejor forma que en esta época de mi vida (era como entrenar para una maratón), decidí que lo mejor era andarlos con correas, sí, como perritos. Aunque en público todo el mundo me mirara con ojos de “ay que horror esa mamá”, yo caminaba con la cabeza muy en alto y con la confianza de que ninguno iba a salir corriendo y se me iba a escapar y perder, porque era rapidísimos los bandidos.
Ahora todo es un poco más fácil, se cuidan entre ellos, hemos ido aprendiendo juntos, a cómo lidiar, no con ellos, sino con la situación. A saber manejarlos, a no hacer comparaciones, a hacerles entender cuando entraron al kínder que no todos los niños tienen un hermano gemelo (llegaron muy preocupados porque los demás niños estaban solos, sin nadie igual a la par) y en realidad, recordando por todo lo que pasamos puedo decir, y siempre se lo digo a la gente, que tener gemelos no es tan difícil como parece. No era necesario pasar una semana en shock. Sí se puede sobrevivir en el intento.  Hoy no me imagino mi vida sin ese par de niños que llenan mi mente de preocupaciones, pero mi corazón de un profundo amor.
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